Zara, hija de madre y padre adinerados, lleva una vida normal y rutinaria: casa, colegio, casa, deberes. No tiene hermanos; toda la atención del mundo está puesta en ella. Los lunes, miércoles y viernes hace ballet, los martes y jueves inglés. El sábado teatro, por ende, el domingo es su único día libre.
Miércoles por la tarde. Sale del colegio y espera a que su chofer la pase a buscar. En ese momento, pasa un auto negro y la puerta trasera derecha de éste se abre delante suyo. Zara se sube y el auto arranca. Metros después, nota que quien maneja no es su chofer. Se queda quieta y comienza a pensar. Sabe que no hay posibilidad de que sus padres hayan cambiado de chofer, sabe que algo extraño está pasando... pero no sabe qué.
-Nótese linea divisora-
Como había visto que se hacía en las películas, se puso a contar las cuadras que iban pasando desde que el coche había arrancado, pero a mitad de camino todo se volvió negro.
El auto se detuvo. La luz volvió a sus ojos, intentó fijarse dónde estaba. Pero fue sólo un segundo, al siguiente la oscuridad apareció delante suyo por segunda vez. Alguien la tomó por los hombros y la encaminó hacia delante. Tuvo que subir un par de escalones; la sentaron y la soltaron. Pudo escuchar lo que parecía el ruido de un candado cerrándose. El piso no era de ningún material que anteriormente hubiese sido tocado por ella. Era frío, duro y tenía ondulaciones muy marcadas. A su alrededor podían oírse autos arrancando, pasos y voces.
No le costaba entender qué pasaba.
Tiempo después, Zara logró quitarse la soga que rodeaba sus muñecas. Notó que tenía una venda en los ojos, y pudo soltarla. Miró alrededor, pero no vio nada. Todo seguía negro.
Los segundos, los minutos y las horas pasaron, pero nada cambió. Los ruidos del exterior casi parecían haber cesado, aunque algunos seguían distinguiéndose vagamente.
Zara empezó a reconocer el lugar. Se movió hacia la derecha gateando, hasta toparse con una pared del mismo material que el piso. La tocó. Notaba que había una pequeña grieta vertical a la mitad de la pared. Siguió tanteando, pero todo era lo mismo. Gateando se dio cuenta que el lugar en donde estaba tenía una forma rectangular, y que todas sus paredes estaban conformadas por el mismo material. Se paró, pero chocó su cabeza contra el techo, quedándose mirando hacia abajo.
Se acurrucó en el piso. Intentó seguir reconociendo ruidos, intentó tranquilizarse, intentó mantenerse despierta. Pero todo fue en vano: afuera todo estaba sumamente silencioso, su respiración era entrecortada y llegó un momento en que el sueño venció a la vigilia.
La despertó un rayo de luz penetrante. Zara miró hacia la puerta y notó la figura de un hombre, aunque tanta luminosidad no le permitió reconocer a la persona. El individuo le vendó los ojos y la sacó del lugar. Bajaron escalones, caminaron unos pasos y la sentó en lo que parecía ser un auto.
En el camino escuchó música y conversaciones entrecruzadas: discusiones y gritos; todos masculinos. Sin embargo ninguna voz le resultó conocida. El viaje pareció durar mucho tiempo. Ella sintió que habían sido horas, pero sólo fueron unos cuantos minutos.
El automóvil dejó de andar. A Zara la hicieron bajar y caminar. Anduvo más de lo que un ser humano hubiese andado en todo un día. La detuvieron y la giraron. De repente escuchó la voz de una mujer. Sintió que comenzaban a quitarle la ropa, hasta dejarla sin nada. La hicieron dar muchas vueltas. Al tener los pies descalzos, Zara sintió que el piso era rugoso, arenoso y con hojas. De la nada escuchó el ruido de las hélices de un helicóptero. Le desataron las manos.
Para cuando logró sacarse la venda de los ojos, nadie estaba a su alrededor. Su alrededor sólo estaba conformado por una infinidad de hojas, arena, y a su derecha… un precipicio.